
Hoy empezaron las clases y, como ya soy grande, fui por primera vez solo al colegio. Hasta el año pasado siempre mi papá me acompañaba todos los primeros días de clase para conocer a la maestra y, según fueran los atractivos de la docente, me seguía acompañando ... o la mandaba a mamá.
La verdad es que no entiendo porque se preocupaban mis padres por mi seguridad en el trayecto entre casa y el cole ... si los mayores riesgos los corro adentro del establecimiento escolar.
¿Ustedes creen que exagero? Lo mío no es una sensación de inseguridad, sino una inseguridad con todas las letras. Con decirles que el cole está tan destruído que en vez del Normal 8, nosotros le decimos el Anormal 7 porque todo funciona como el culo.
Y hablandode culos, les diré que aparte de la caída de los techos, el mayor peligro son los baños.
Esta mañana al verlos recordé todas las precauciones que mamá me enseñó para evitar riesgos y contagios al ingresar en los baños públicos. Por ejemplo: limpiar la tabla del inodoro con papel higiénico porque nunca es conveniente sentarse sobre un inodoro desconocido. Pero, con los baños de la escuela es peor. Por empezar, las tablas del inodoro o no existen o están rotas ... así que para no lastimarte tenés que colocarte en posiciones tan ridículas que son más apropiadas para el kamasutra que para cagar.
Otra similitud que encuentro entre los baños públicos, sobre todo los de damas, y los de la escuela es que siempre hay largas filas para ingresar. En mi escuela lo entiendo porque solo funcionan cinco baños para una población de 1.500 alumnos. Pero cuando era chico y observaba las colas de señoras esperando para entrar al toilette, llegué a imaginarme que adentro las estaba esperando Brad Pitt con los brazos abiertos.
Y hoy en día, que desmoralizado me siento cuando se que estoy haciendo fila para entrar a un lugar oscuro y sucio, con el retrete roto, sin papel y con el agua brotando del piso en vez de las canillas.
Tras esta especie de expedición Robinson que es más peligrosa que chileno haciendo mapas, donde te sentís incómodo como tuerto enhebrando, en un baño resbaladizo como teléfono de carnicero, donde para que nadie te intruse tuvistes que aferrarte a la manija de la puerta como rengo a la muleta y con más desconfianza que fulera con marido, saldrás a los saltos del excusado como galope de gusano.
Y al final de la peripecia, ¿a qué no saben con quien me encuentro? Con la maestra y su consabida pregunta: ¿por qué tardás tanto? ¿no te estarás escondiendo para que no te haga pasar al frente a dar la lección? En ocasiones como éstas, me he acostumbrado a reprimir las ganas de darle una patada en la parte de su cuerpo que fue tema de ésta nota, y decirle: "No piense mal, seño" ... mientras acaricio su rostro con mis manos sucias.